jueves, 24 de junio de 2010


PALABRAS DE WESLEY

El corazón pastoral de Wesley se evidencia en los ocho tomos de Cartas a predicadores y miembros. Algunas de sus sentencias extraídas del libro Así pensaba Juan Wesley de Reginald Kissak, Ediciones El Camino.

Su preocupación por el aquí y el ahora

· "Vuestra preocupación es con el momento presente; vuestra ocupación es vivir hoy."

· "No podéis vivir sobre lo que Dios hizo ayer: por consiguiente, Él viene hoy."

El sufrimiento

· "Lleva la cruz y ella te llevará a ti."

· "Súfrelo todo y véncelo todo."

El amor de Dios es personal

· "Lee y piensa del amor de Dios. Jesús te ama a ti. Él es tuyo. No seas tan desprovisto de sentimiento que desconfíes en él."

· "Un gran hombre observa que el Espíritu tiene tres maneras de guiar. A algunos, los guía dándoles en cada ocasión textos apropiados de la Escritura; a otros, sugiriéndoles razones para cada paso que dan —la manera en que principalmente me guía a mí; y a otros, mediante impresiones. Pero considera que esta última es la forma menos deseable, pues a menudo es imposible distinguir impresiones oscuras o aun diabólicas, de las divinas."

· "Aprende una buena lección —no construyas tu fe sobre un solo texto de la escritura, y mucho menos sobre un sentido particular del mismo."

La predicación

· "Esta es la gran obra: no solo atraer almas a la fe, sino edificarlas en nuestra santísima fe."

· "De toda predicación, la que generalmente se denomina predicación evangélica —una arenga aburrida, o aun animada, sobre los sufrimientos de Cristo o la salvación por la fe, sin inculcar fuertemente la santidad— es la más dañina."

· "Cuando quiera que la vida de un hombre, confirme su doctrina, Dios ha de confirmar la palabra del mensajero."

La perfección cristiana

· "La perfección que yo enseño es el amor perfecto: amar a Dios con todo el corazón, recibir a Cristo como profeta, sacerdote y rey, para que él solo reine sobre todos nuestros pensamientos, palabras y acciones."

· "Sé un cristiano verdadero, un verdadero cristiano bíblico, ahora. Un cristiano no tiene miedo a morir. ¿Lo tienes tú? Un cristiano es feliz en Dios. ¿Lo eres tú? Un cristiano tiene poder sobre todo pecado. ¿Lo tienes tú? Si no, puedes tenerlo, porque Dios no hace acepción de personas. Cualquier cosa que ha dado a otro, está dispuesto a dártela a ti."

· "Nunca habéis aprendido, ni por nuestra conversación no por nuestra predicación o nuestros escritos, que la santidad consista en una corriente de alegría. Yo os he dicho constantemente lo contrario. Os he dicho que era amor: el amor de Dios y nuestro semejante; la imagen de Dios estampada en el corazón; la vida de Dios en el alma del hombre; la mente que está en Cristo, capacitándonos para andar como él anduvo."

Crecimiento en la gracia

· "Haz justicia a tu propia alma: dale tiempo para crecer."

· "Mientras más nos negamos a nosotros mismos, más crecemos en la gracia."

La oración

· "Tanto como puede crecer un niño sin alimentarse, podéis esperar que crezca un alma sin oración privada."

· "Sé un niño, tomado de la mano que Aquel te ama."

La prueba de la religión es la vida

· "Muestra tu fe por tus obras."

· "Los metodistas no sostienen que las buenas obras sean meritorias. Ni ninguna iglesia protestante lo sostiene. Pero sostienen que es su obligado deber, mientras tienen tiempo, hacer bien a todos."

No hay cristianos solitarios

· "Es una bendición tener compañeros de viaje hacia la Nueva Jerusalén. Si no podéis hallarlos, debéis hacerlos; porque nadie puede hacer solo el camino."

La murmuración

· "De toda murmuración, la murmuración religiosa es la peor: añade hipocresía a la falta de caridad, y hace efectivamente la obra del diablo en el nombre del Señor."

Tolerancia

· "Hay una idolatría que es la peor de todas: la religión."

· "Mientras más vivo, más me inclino a tolerar las debilidades humanas: exijo más a mí mismo y menos a los demás."

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JUAN WESLEY: ¡GRAN EVANGELISTA!

"Salvando a una nación entera"

Por: Luis Palau

Dios salvó a Gran Bretaña del caos social y político en el siglo XVIII por medio de un avivamiento espiritual. Él usó a dos jóvenes predicadores y evangelistas dedicados a su causa para el bien de la nación y para su gloria. Ellos fueron Jorge Whitefield y el famoso Juan Wesley.

No hemos de pensar que porque estos jóvenes estudiantes universitarios surgieron en el terreno evangelístico, Inglaterra era ya un país cristiano. Para nada.

Una nación perdida

El desorden moral imperaba al comenzar el año 1700. La nación estaba al borde de la desintegración moral. Los vicios de la época eran obvios a todo el mundo; el descaro era uno de ellos. El Primer Ministro de la nación vivía en adulterio abierto. Así le daba un mísero ejemplo a la familia y a la juventud de su día.

El teatro estaba totalmente falto de pudor; la literatura era de tinte pornográfico, el alcoholismo reinaba, y los juegos de azar empobrecían a los obreros. "La sociedad en esos días era un vasto casino", escribía el historiador Trevelyan. Las estadísticas de los crímenes y la violencia escalaban alarmantemente; las prisiones estaban recargadas de reclusos, y pandillas juveniles rondaban por las calles de las ciudades asaltando a ciudadanos indefensos.

En contra de toda moralidad

¿Por qué tal decadencia moral y social? Inglaterra había tenido su oportunidad espiritual, pero la generación previa a Juan Wesley se había tornado cínica, indiferente, escéptica a Dios y a la Biblia.

"El clima no era a favor de nada, pero sí en contra de todo lo sagrado y lo bueno entre nosotros", escribió el obispo anglicano de Bristol en 1751. Otro escritor decía: "Entre la gente culta y los dirigentes de la nación, ni uno en cien parece actuar de acuerdo a los principios religiosos. La mayoría los descarta enteramente, y confiesa no creer en la revelación de Dios. No es mejor la situación entre el vulgo, particularmente en las poblaciones grandes".

"Entre la mayoría de los hombres de hoy, está de moda el declararse ajenos a toda religión", dijo un parlamentario de la época.

¡Inglaterra necesitaba un poderoso impacto cristiano! ¡La vida moral había descendido al abismo!

"Extrañamente conmovido"

La pasión evangelizadora de Juan Wesley se encendió la noche en que nació otra vez, y quedó para siempre grabada en su ser. Vez tras vez hacía referencia a aquel momento. ¿Cómo ocurrió?

Martín Böhler, más joven que los hermanos Juan y Carlos Wesley, fue el instrumento de Dios para ayudarlos a nacer otra vez. Böhler era alemán, del grupo llamado "los moravos". Él estaba convencido de que los Wesley, aunque sinceros, dedicados y sacrificados, no eran aún hijos de Dios. Martín Böhler argumentó con ellos. Como testimonio les presentó a cuatro personas recientemente convertidos cuya transformación era dramática y discutió las grandes doctrinas de la salvación. Pero Juan y Carlos se resistían. Persistían en la triste y común noción de que hay que hacer obras de caridad y amor para estar en la gracia de Dios.

La noche del 24 de mayo de 1738, escuchando la lectura de un comentario escrito por el reformador Martín Lutero, la vida de Juan Wesley cambió para siempre. En sus propias palabras: "Sentí que mi corazón fue extrañamente conmovido, que confiaba en Cristo, y en El únicamente para mi salvación, y me fue otorgada una certeza a mí de que Él había llevado y quitado mis pecados; sí, los míos, y que me había salvado a mí de la ley del pecado y la muerte".

Quizá Böhler nunca soñó que esos jóvenes hermanos que él llevó a los pies del Maestro, llegarían a ser hombres de Dios que ganarían a miles y miles para Cristo. "Soy un tizón arrebatado del fuego" -repetía Juan Wesley insistentemente- y la llama encendida en su alma lo movilizaría para encender llamas multiplicadas en un despertar moral y espiritual casi sin paralelos en la historia. El impacto de ese avivamiento cambió el curso de la historia, aunque en aquel momento aún no se percibía tal cambio. "¡Quiero reformar la nación!"

Inmediatamente después de su nuevo nacimiento, Wesley se lanzó a la tarea de evangelizar a toda la nación. Él escribió: "Quiero reformar a la nación; particularmente a la iglesia, y quiero esparcir una santidad escritural sobre todo el país". ¡Qué grandioso objetivo! Aparentemente, sin embargo, era un plan imposible, pero nunca se dio por vencido.

En otra ocasión afirmó: "Tengo un solo punto de vista, el promover en cuanto me sea posible una religión vital, práctica, y por la gracia de Dios preservar e incrementar su vida en el alma de los hombres".

Juan Wesley fue lo que Dios quiso que fuera; primordialmente y sobre todo, un gran evangelista. Wesley sacudió a su primera congregación inmediatamente después de haber recibido a Cristo. El tema de su primer mensaje fue "La salvación por fe". De esa manera, a la edad de 34 años, dio el trompetazo que inauguró el gran avivamiento evangélico del siglo XVIII en Inglaterra y que luego se esparció por todo el mundo conocido. ¿Necesitaba la iglesia tal renovación espiritual? Lamentablemente sí. Los predicadores carecían de ardor y pasión por las almas. "Sus sermones eran secos, metódicos y sin emoción. Entregaban con calma insípida sus mecánicas composiciones", declaró un historiador. Con razón Wesley ansiaba un avivamiento en la iglesia.

La pasión dominante

El Dr. Campbell Morgan afirma en uno de sus libros: "La indiferencia en el mundo es mayormente el resultado de falta de pasión en el púlpito". A Whitefield y Wesley no les faltaba pasión. Uno de los biógrafos del evangelista dice: "No bastaba deplorar la condición de su era; el moralismo enfermizo del púlpito de aquellos días tenía que ser reemplazado por una apasionada proclamación de la verdad cristiana evangélica dondequiera que hombres y mujeres la escucharan, sin hacer caso de los formalismos eclesiásticos". Y este siervo de Dios era apasionado por los que vivían sin Cristo y sin esperanza y les predicaba la redención por la sangre de la cruz.

No deploró, sino que atacó

Otro historiador afirmó: "Wesley no perdía su tiempo deplorando los males de su época; los atacó predicando el arrepentimiento y la conversión a Dios". Él sabía que la única esperanza del corazón corrompido es un nuevo nacimiento.

Como la historia siempre lo demuestra, fueron las masas de obreros, campesinos y mineros los primeros en responder al evangelio en aquellos días gloriosos. Ni bien Juan Wesley comenzó con la proclamación valiente y vibrante de que "todo aquél que en Él cree tiene vida eterna", se vio despreciado por los dirigentes eclesiásticos y puerta tras puerta se fue cerrando para él en los púlpitos. En lugar de encontrar amigos, éstos se tornaban en enemigos porque muchos de los que dominaban los púlpitos, indudablemente no conocían por sí mismos al Hijo de Dios como Señor y Salvador.

Luego llegó el momento decisivo. Su amigo Jorge Whitefield le escribió desde Bristol, en el oeste de Inglaterra. Con la humildad que le caracterizaba, Whitefield dijo: "Yo soy un neófito; tú eres íntimo a las grandes cosas de Dios. Ven, te ruego; ven pronto". Quería que Wesley tuviera el placer y la inmensa satisfacción de predicar a las multitudes reunidas al aire libre. Whitefield ya había abierto la brecha. En esos días estaba predicando a 20.000 personas cada día del mes.

Un fuego ya inextinguible

Predicar al aire libre era una novedad en aquellos tiempos. Wesley, siempre cuidadoso de la etiqueta, el decoro y la corrección, sintió timidez ante tal sorprendente perspectiva. Whitefield lo presentó ante una multitud y su texto bíblico aquel primer día resultó ser profético. Comenzó con Is. 61:1-2: "El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado para predicar Buenas Nuevas a los abatidos". Y así fue, ya que empezó a predicar las buenas nuevas a los pobres y así continuó durante más de 50 años, profundamente consciente de su debilidad pero raramente incitado, a menudo bajo tensiones pero siempre seguro sobre un fundamento firme. "El fuego se ha encendido en la nación -clamó Whitefield- y sé que todos los demonios del infierno no lo podrán apagar".

Campaña de cincuenta años

Wesley iniciaba ahora una campaña de alcance nacional y hasta internacional. "¡Todo el mundo es mi parroquia!" respondió con resonante firmeza a un obispo que lo criticaba incesantemente. Dios tenía una labor de evangelista itinerante para él, y Wesley la aceptó con entusiasmo.

El se consideraba un sencillo predicador vocero de las Buenas Nuevas a una generación necesitada y decadente. "Dios en la Escritura me ordena que, según mis fuerzas, instruya a los ignorantes, reforme a los malvados, confirme a los virtuosos", decía en una de sus innumerables cartas. "Los hombres me prohiben predicar en sus parroquias. ¿A quién, pues, escucharé? ¿a Dios o al hombre?" Nos hace pensar en lo que ocurrió con San Pedro cuando tuvo que responder a los líderes de Jerusalén diciendo: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios" (Hch. 4:19). Y San Pablo dijo: "Porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!" (1 Co. 9:16).

Con tales palabras se lanzó Wesley. Juan Telford declara: "Deliberadamente dio sus años a la gente humilde. Pasó sus días entre los pobres. El se propuso atraer las masas a Cristo, y a ese fin fue fiel por más de medio siglo". A los 82 años de edad Juan Wesley pudo afirmar que el número de los que fueron llevados a Dios por el evangelio durante el avivamiento, había sido mayor que el de cualquier época similar después de la de los apóstoles.

Tantos viajes, tantas luchas

El plan que delineaba Juan Wesley cada año para sus labores, era sistemático y siempre guiado por el Espíritu Santo. Salía en viajes misioneros a través de su nación con objetivos bien marcados y rutas detalladamente planeadas ante Dios.

"Dondequiera que vea unos mil hombres que corren hacia el infierno, los detendré si lo puedo hacer, y como ministro de Cristo les rogaré en su nombre que se vuelvan y se reconcilien con Dios", le respondió a un crítico. Y luego, en una nota de 'sarcasmo santificado' para con su acusador, agregó: "Si yo no los frenara, si dejara que uno solo cayera al pozo cuando pudiera haberlo salvado del eterno fuego, no creo que Dios aceptaría mi ruego en aquel día final: '¡Es que, Señor, el difunto no pertenecía a mi parroquia!'" ¿Dieron resultado tantos viajes, luchas, ataques, burlas y violencia física a manos tanto de la chusma como también de personas distinguidas? ¿Permanecían firmes muchos de los que se convertían en sus campañas y reuniones masivas? Juan Wesley respondía con un resonante: "¡Sí!" Al concluir su vida, había en Inglaterra, (sin contar Irlanda, Gales, América y otros países) 72.000 que firmemente y fielmente caminaban en la nueva vida con Cristo, y eran miembros activos de una congregación local.

¡Qué ritmo agotador llevaba! Wesley cubrió unos 400.000 kilómetros, distancia semejante a 10 vueltas del globo por el ecuador, la mayor parte a caballo. Bajo lluvias torrenciales, en los inclementes inviernos británicos con nieve y escarcha, una tremenda potencia interna lo llevaba siempre adelante. Predicó 40.000 sermones y escribió más de 200 libros, muchos de ellos al marchar sobre su caballo. ¡Por cierto que fue un hombre con una pasión que lo consumía por el bien de los demás!

Compañeros de viaje

Wesley siempre viajaba acompañado por otros hermanos en la fe. De esta manera entrenaba, capacitaba y enseñaba a los centenares de predicadores que surgieron tras él. La mayoría eran jóvenes recién casados. Al igual que San Pablo y el Señor Jesús en sus tres años de ministerio terrenal, trabajaban en equipo. Repetidamente exhortaba a sus predicadores con estas palabras: "No tenéis otra cosa que hacer sino salvar almas; por consiguiente, emplead vuestro tiempo y gastad vuestras energías en esa obra. Lo que os debe preocupar no es el predicar muchas veces, sino el salvar a tantas almas como os sea posible, y hacer todo lo que esté a vuestro alcance para edificarlos en la santidad sin la cual ninguno verá al Señor". Con tal espíritu, ¡con razón la nación fue sacudida!

El mensaje de Wesley

¿Cuál fue el gran mensaje que salvó a Inglaterra y reformó a la iglesia inglesa? La proclamación inequívoca, persistente, apasionada y llena del Espíritu Santo de las verdades básicas de la Biblia: el arrepentimiento y la fe en nuestro Señor Jesucristo. También la conversión, el nuevo nacimiento en el Espíritu, controlada por Cristo quien mora en el corazón del cristiano por la fe. Wesley enfatizaba la santidad escritural como lo hicieran San Pedro (1 P. 1) y San Pablo (1 Ts. 4 y 5). La santidad no era mera doctrina para él, ni su amor un mero modo de vivir; eran el único camino a la madurez y la estabilidad cristiana.

Juan Wesley también amaba a la niñez, se adaptaba a sus demandas y a la situación de su día para alcanzarla con el mensaje de la vida eterna.

Otra acusación debió soportar Wesley provino de un obispo anglicano a cuya denominación Wesley perteneció hasta su muerte. Este religioso le echaba en cara que "invadía parroquias que no le pertenecían y que hacerlo era falta de cortesía, desobediencia y aún era proselitismo, pues eso era robar ovejas ajenas".

"Nuestro objetivo -replicó firmemente Wesley- es el proselitismo de los pecadores al arrepentimiento, hacer de los siervos del diablo siervos de Dios". No le resultó fácil ser un evangelista viajero, pero su satisfacción fue ver hombres y familias transformadas y saber que estaba cumpliendo con el ministerio que recibió del Señor.

Dispuesto a ser "más vil"

¿Le resultó fácil su insistente e incontenible evangelismo? Decididamente no. Tuvo enemigos, soportó ataques verbales y escritos; el cinismo de los pseudointelectuales de su día le carcomía el alma. Gran parte de sus escritos fueron resultado de provocaciones y nacieron para demostrar "con pruebas indubitables" el poder transformador del sencillo evangelio. Una acusación favorita contra Wesley era que había demasiado "entusiasmo" en sus reuniones de predicación y oración. El Dr. Joseph Trapp, un sacerdote anglicano de Londres, tuvo la audacia de escribir: "No vayan tras estos impostores y seductores. Huid de ellos como de una plaga". ¡Qué dolor oír tal falsedad de la pluma de un supuesto colega en el ministerio!

Los métodos empleados por Juan Wesley fueron asimismo objeto de burla y "profundísimos análisis sicológicos". Lo llamaban "vil" por predicar a los pobres en sus barrios y cantar y predicar al aire libre en parques, esquinas y terrenos baldíos. En una palabra, por usar métodos novedosos. Ante tales difamaciones, Wesley respondió: "Estoy dispuesto y me someto a ser aun más vil y a ser necio por amor a Cristo". En su libro 'Apelando a los hombres de razón y religión' escrito en 1745 afirmó: "Yo no tenía otro fin sino éste: salvar a cuantas almas me fuera posible".

Seis mil himnos de avivamiento

Rápidamente su hermano Carlos se tornó en el músico de las grandes campañas nacionales. Se afirma que escribió la letra y música de más de 6500 himnos evangélicos. Y una característica de aquel despertar espiritual fue tanto su música como su predicación. Carlos y Juan Wesley usaban música y letra con el definido y jamás ocultado propósito de enseñar.

El músico inglés Graham Kendrick ha dicho: "Las páginas de la historia revelan que de todos los grandes avivamientos surgen creaciones musicales inspiradas por Dios. La historia moderna confirma tal experiencia". El mismo ha sido usado por el Espíritu Santo en este aspecto. Muchos de sus himnos y coros inspirados en el campo de acción evangelístico, son hoy conocidos en gran parte del continente americano.

El cuidado de los bebés espirituales

Un evangelista pronto descubre que llevar almas a Cristo es un llamado glorioso, pero que es tan sólo el primer paso. La nueva criatura debe madurar. "¿Quién cuidó de ellos en amor? ¿Quién se preocupó por su crecimiento en la gracia?" Así clamaba Juan Wesley. Su pasión era lógica, que cada uno de sus niños espirituales llegaran a ser hombres y mujeres maduros.

Los nuevos convertidos y los jóvenes predicadores que querían seguir sus pisadas necesitaban auxilio inmediato. Wesley los reunía en grupos después de predicar; su plan de conservación demandaba una disciplina que él consideraba indispensable y bíblica. "Cuerpo y alma hacen al hombre", -argumentaba- "el Espíritu y la disciplina hacen al cristiano".

Dios guió a Juan Wesley a desarrollar una organización altamente detallista para cuidar de los recién convertidos. A los 60 años, después de visitar una población donde nada se organizó para disciplinar a los convertidos y consecuentemente éstos se desbandaron y enfriaron, Wesley escribió: "Me convencí más que nunca de que predicar como un apóstol, sin paralelamente unir y entrenar en los caminos de Dios a los nuevos, es meramente dar a luz hijos para entregárselos al asesino, o sea, al diablo". Los indisciplinados entre nosotros no tendrían cabida en una sociedad de los tiempos de este avivamiento. Si alguno de los escritores modernos trataran a sus hijos físicos como pretenden cuidar de los bebés espirituales, estarían presos por negligencia criminal.

Los llamaron "Metodistas"

Wesley era tan metódico, organizado y disciplinado, que burlonamente tanto a él como a sus seguidores, los apodaron "Metodistas". Más tarde ellos mismos se apropiaron del apodo con sano orgullo. Juan Wesley era metódico al buscar el lugar desde el cual predicar. Visitaba el terreno, observaba la dirección del viento, buscaba un lugar elevado para proclamar el evangelio. Su impaciencia era notoria cuando el programa se llevaba a cabo en una sala pequeña o mal ventilada, o situada en algún rincón oscuro de la población. Él buscaba las multitudes; le desagradaban los rincones escondidos.

El historiador Wood afirma tras laboriosa investigación que Wesley tenía un solo propósito con sus 'sociedades metodistas': el cuidado de las almas, el cultivo de la vida de Dios en los recién convertidos. En su día, la Iglesia Anglicana su propia denominación y los pastores de la misma, estaban dormidos. Nada les interesaba la condición moral y espiritual de la comunidad. Vivían existencias materialistas y egoístas.

Hay evidencia que Wesley, al formar estas sociedades, clases bíblicas o células, tenía en mente despertar en la Iglesia Anglicana una sana envidia que la reformara y movilizara. Nunca fue su intención establecer otra denominación más. Más tarde ello resultó inevitable. "No existimos para formar una nueva secta sino para reformar a la nación y en particular a la iglesia, y para esparcir la santidad escritural en toda la tierra", escribió. Y agregó: "Los Metodistas deben esparcir vida entre todas las denominaciones" y luego lacónicamente continuó "hasta que ellos mismos se tornen una secta separada".

El mismo clamor

¡Qué visión le impartió Dios! ¡Qué poder y unción del Espíritu Santo! El y sus discípulos fueron hombres ordinarios usados en proporción extraordinaria. Se afirma con toda propiedad aún por historiadores no cristianos que este avivamiento salvó a Inglaterra de una revolución sangrienta y destructiva. Gracias a ese gran despertar espiritual y moral, años más tarde la Palabra de Dios llegó también a países latinoamericanos. El impacto tuvo repercusiones internacionales. La evangelización del mundo entero en nuestro día, comenzó en esas raíces vivientes y vigorosas.

Wesley y sus discípulos eran evangelistas y estimulaban a otros a que también lo fueran. Ganaban almas, las reunían, las alimentaban y pronto las capacitaban para que fueran asimismo ganadoras de almas. El clamor de Juan Wesley allá por el año 1738, es el clamor que este rápido vistazo a la vida de este hombre de Dios trae a mis labios: "¡Qué Dios nos mande obreros dispuestos a gastar y gastarse por sus hermanos!"

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BIOGRAFÍA DE JUAN WESLEY

Juan Wesley nació el 17 de junio de 1703, en el hogar de un ministro, y siendo el decimoquinto hijo. No solamente su padre era ministro, sino que también lo habían sido su abuelo y su bisabuelo.

Todos los hijos de la familia Wesley eran de muy buenos modales, y muy educados, a pesar de ser sumamente pobres. La madre de familia era también la maestra. Les enseñaba las materias escolares, a la vez que les impartía una educación cristiana excelente. Cada una de las hijas aprendió el griego, el latín y el francés, así como lo necesario para los quehaceres domésticos. Los niños fueron enseñados a ser amables unos a otros, así como con los sirvientes y vecinos: algo muy raro en aquellos días.

A pesar de que Susana de Wesley fue una madre muy ocupada, se hizo el propósito de dedicar un tiempo especial para cada hijo, cuando éste cumplía los cinco años, con el fin de enseñarle el alfabeto. En cada caso, tuvo éxito.

Un día cuando Juan tenía sólo seis años, la vieja casa pastoral se incendió. Mientras la casa ardía, toda la familia escapó, excepto el pequeño Juan. Su padre estaba a punto de volver a entrar corriendo otra vez, para buscar a su hijito, cuando pareció que la casa entera estaba a punto de desplomarse. Durante todo lo ocurrido Juan había continuado durmiendo, ajeno a lo que acontecía. Pero cuando la casa se derrumbó, el estrépito lo despertó y le hizo corre hacia la ventana. No había ninguna escalera a la mano, de modo que uno de los vecinos se subió a los hombros de otro, y de esta manera lograron rescatar al niño, justo en el momento en que el techo se venía abajo. Esta experiencia quedó profundamente grabada en la memoria de Juan Wesley. Sentía que Dios le había salvado la vida con algún propósito especial.

La Sra. de Wesley procuraba dedicar algún tiempo a cada uno de sus hijos, cada semana. También halló tiempo, o más bien dicho, hizo el esfuerzo para hallar tiempo, para hablarles a cada uno de ellos acerca de Dios, y de cómo orar y de cómo agradar al Señor. Jueves por la tarde era el tiempo dedicado a Juanito. Esto hizo en él una honda impresión. Se acordaría de ello un cuando se fue a la universidad de Oxford par estudiar. A menudo le escribía a su madre, y le recordaba que pensara en él los jueves por la tarde.

Cuando Juan tenía diez años, su padre lo llevó al Colegio de Charterhouse, en Londres. Allí recibió una excelente educación; una de las mejores que se podían obtener en cualquier parte, en aquellos días. Estudió lenguas clásicas, matemáticas y ciencias.

Al graduarse en Charterhouse, a los diecisiete años, ingresó a la universidad de Oxford. Por primera vez, en su vida, nadie lo mandaba; ahora era su propio patrón. A pesar de estar rodeado de otros estudiantes que tomaban licor, que jugaban al azar y llevaban una vida de inmoralidad, Juan demostró que la instrucción cristiana recibida en el hogar no había sido en vano; así que llevó una vida buena y limpia.

Wesley hizo muchos amigos durante su estadía en la universidad. Tenía un ingenioso sentido del humor, y una excepcional habilidad para escribir poemas. Era el que ponía la chispa en cualquier reunión social, y era siempre bienvenido en los hogares de sus compañeros de estudio que vivían en las aldeas cercanas.

Siguiendo las pisadas de su bisabuelo, de su abuelo y de su padre, aun Wesley decidió hacerse ministro. Predicó su primer sermón en una pequeña iglesia en la aldea de South Leigh.

Después de obtener su bachillerato, y después de pasar algún tiempo ayudando a su padre en Lincolnshire, Wesley fue elegido para el cargo de Compañero de la universidad de Lincoln. Compañero era el nombre dado a un dignatario de alto rango, y Wesley desempeño tal cargo con honor para sí mismo, y para la universidad, durante veinticinco años.

Fue en aquel tiempo que Juan Wesley comenzó a desarrollarse como predicador anglicano, creyendo en todas las formalidades y ceremonias de la iglesia oficial de Inglaterra, y también en disciplina severa. Se levantaba a las cuatro de la mañana, ayunaba con regularidad, trabajaba duro y sin descanso, y demandaba de su fuerte cuerpo un esfuerzo casi hasta el límite del colapso. Visitaba a los presos en las cárceles, que eran lugares terribles en aquellos días; y procuraba suavizar todo lo posible la vida de los prisioneros por donde quiera que iba. También enseñaba a los niños que no tenían que los cuidara. A pesar de toda esta incesante e incansable actividad religiosa, y aunque predicaba sermones preparados con esmero, no podía dejar de sentir que su vida era estéril. No atraía a multitudes. No influía en ninguna vida ajena. No despertaba ninguna conciencia. No hacía arder a ningún corazón.

Pasado algún tiempo Carlos, el hermano menor de Wesley, ingresó a la universidad de Oxford, y con algunos otros de los estudiantes más serios, formaron un grupo, al que algunos apodaron "el club santo". Se reunían para orar, par estudiar la Biblia, y comentar sobre lo que habían leído y meditado. Eran muy metódicos en su asistencia a los servicios de comunión, y como resultado de sus prácticas tan ordenadas, sus compañeros comenzaron a llamarles los "metodistas".

En octubre de 1735, Juan Wesley y su hermano Carlos viajaron a América. Juan iba a servir como capellán en la ciudad de Savannah, en la colonia de Georgia, en tanto que Carlos iba a desempeñar el cargo de secretario del fundador y gobernador de la colonia, el general Oglethorpe. Juan hizo planes para celebrar servicios, visitó cada hogar, y estableció una escuela para los hijos de los colonos. Trató de enseñar a los indígenas, para éstos no aceptaron en nada sus esfuerzos. Se mantenía sumamente ocupado, pero no era de ningún modo popular. Todo el tiempo, en el fondo de su alma, estaba buscando una verdadera fe en Dios.

Entretanto, Carlos Wesley se las había ingeniado para enredarse en una sería disputa con el gobernador, y como resultado, regresó a Inglaterra. Después de haber estado en Georgia menos de dos años. Juan siguió a su hermano, regresando también a Inglaterra. La aventura de Georgia, iniciada con tan doradas esperanzas, se había tornado en un amargo fracaso.

Tanto Juan como Carlos Wesley había hecho ya su profesión de fe en Cristo, pero ni el uno ni el otro sentían que estaban consagrado de lleno al Señor. Una y otra vez Juan leía la historia de la conversión de Pablo, y oraba pidiendo obtener él también una luz deslumbrante, y una creencia segura de haber sido aceptado como un siervo de Cristo, su Salvador. Esta ansiedad fue la que los condujo a emprender su búsqueda espiritual, y eso les trajo una seguridad completa de su fe en Cristo.

Desde aquel día en adelante, todo cambió para Juan Wesley. Quería, sobre todo, compartir su experiencia de conversión con otras personas que parecían no tener el verdadero gozo en el Señor. Trató, en seguida, de predicar en algunas de las iglesias establecidas de Inglaterra. La gente acudió en multitudes para escucharle. El mensaje que predicaba era tan sencillo, tan directo y tan convincente, que tanto hombres como mujeres, sintiendo la carga de una vida pecaminosa, clamaban arrepentidos perdón a Dios.

Sin embargo, otros clérigos no aceptaban su mensaje. Pronto halló que le sería necesario conseguirse un sitio propio para poder predicar, al aire libre. Así lo hizo, y centenares de personas siguieron reuniéndose para oír los mensajes de Juan Wesley.

Entonces empezó su ministerio, a caballo; viajando de arriba abajo por las carreteras de Inglaterra, par predicar a la gente el evangelio de Cristo. Era valiente y osado. Predicaba en cualquier edificio, grande o pequeño, que se pudiera conseguir. Cuando no había ninguno disponible, predicaba al aire libre, en cualquier lugar en donde se podía reunir la gente. Siempre estaba dispuesto a predicar, aunque lo escuchara solamente una persona. Cuando viajaba solo, dejaba suelta las riendas del caballo, con el fin de poder leer. De esta manera se mantenía al día en cuanto al estudio, y componía sus numerosos sermones.

En vista de que no se le permitía predicar en las iglesias establecidas de las parroquias, Wesley decidió edificar capillas y lugares de predicación en los distintos lugares que visitaba. Habiendo diseñado estos edificios de modo que sirvieran no sólo como iglesias, sino también como escuelas, le fue posible ayudar también a muchos niños abandonados y desprovistos de instrucción. En algunas de esas capillas también construyó algunas habitaciones, en donde podían alojarse los evangelistas ambulantes, que no tenían en donde pasar la noche. Además, había un establo para un par de caballos.

Por dondequiera que iba, y a veces miles, de personas se reunían para escucharle predicar. Juan Wesley se dio cuenta de que no le sería posible continuar haciendo tan magna obra solo, así que empezó a valerse de la ayuda de algunos predicadores laicos. Estos hombres predicaban los domingos, y seguían trabajando en sus empleos acostumbrados durante la semana. Se les pagaba poco, vestían pobremente, les faltaba instrucción, y carecían de buen alojamiento: sin embargo, tenían intrepidez de héroes. Recorrían grandes distancias, principalmente a caballo, pero a veces a pie. Enfrentaban amarga persecución. A menudo las autoridades los reprendían, y a veces los encarcelaban.

Wesley tenía un interés particular en la niñez y en la juventud, y muchas veces, al entrar en algún pueblo, los visitaba antes de comenzar sus reuniones. Nunca se cansaban de decirles a ellos, así como también a los adultos, que lo que debían hacer era "creer, amar y obedecer." Debido a que su interés en la juventud, más tarde pudo proveerles hogares, escuelas y reuniones juveniles en las iglesias.

Había poco ricos en Inglaterra. Mucha gente vivía bien, pero gran parte de la población carecía de empleo, o no recibía el sueldo merecido; así que la mayoría era sumamente pobre. Vivían en casas insalubres, y los hijos no tenían ni comida ni ropa suficiente, y, por lo general, carecían de instrucción. Juan Wesley nunca se tapó los oídos, ni se hizo de la vista gorda, en cuanto a las necesidades de los que tenían menos que él. Vivía con frugalidad, con el fin de tener algo para dar a los menesterosos.

Al crecer la obra, Wesley hizo arreglos para que otras personas se encargaran de las actividades en beneficio de la gente necesitada. Estableció orfanatos, en donde se educaba y se cuidaba a los niños. Logro hallar posada para algunas señoras ancianas, e hizo arreglos para que se les cuidara. Fundo un dispensario médico, y aun distribuyó personalmente la medicinas. Los metodistas más prósperos contribuían con donativos de dineros, ropa, comida y leña; lo cual era llevado a los hogares de la gente enferma o pobre.

El ministerio de Wesley no se limitó a Inglaterra. También viajó a Irlanda, a los Estados Unidos, a Canadá y a las Antillas. En todas partes grandes multitudes llegaban para escucharle.

Dándose cuenta el gran valor de la literatura, y siendo un erudito él mismo, Juan Wesley escribió casi cuatrocientos libros y folletos, sobre diversos temas; tales como teología, historia, lógica, ciencia, medicina y música. Escribió muchos libros devocionales, los cuales distribuía entre la gente que encontraba. Estos fueron publicados en ediciones baratas, de modo que la gente tuviera la oportunidad de comprarlos. Esta obra creció tan rápidamente, que Wesley finalmente estableció su propia casa publicadora. En ella también fueron impresos centenares de himnos, muchos de los cuales habían sido compuesto por su hermano Carlos.

El 2 de marzo de 1791, a la edad de ochenta y ocho años, Juan Wesley acabó su carrera. No obstante, lo que él empezó ha seguido adelante por medio de la Iglesia Metodista, durante más de doscientos años. Dios bendijo la vida y el ministerio de este hombre santo y consagrado, quien tenía un solo deseo, el cual es, el de predicar el evangelio de Cristo, instándole a la gente a creer, amar y obedecer.